Hoy, 28 de septiembre, ha renovado sus votos temporales nuestra hermana Ana María Cayuso Prados, en el Nazaret de Ntra. Señora la Mare de Deus des Desamparats, de la ciudad de Valencia. Esta comunidad también es casa de formación para las postulantes de España.
La Eucaristía en que se realizó la renovación de votos se celebró en la capilla de Nazaret, y fue presidida por D. David Santapau, párroco de la Colegiata de San Bartolomé y San Miguel Arcángel, de Valencia.
Damos gracias al Señor que continúa sosteniendo cada uno de nuestros pasos, y le agradecemos a nuestra Hna. Ana María, que en este espacio nos comparte un breve recorrido de las primeras inquietudes, búsquedas y respuestas que fue encontrando en su camino vocacional.
En primera persona
«Desde pequeña he escuchado que Jesús es nuestro mejor amigo, nuestro guía y Salvador, y yo, que soy de una familia creyente, así lo he creído siempre. Pero llega un momento en que la “teoría” ya no te dice nada; es necesario un encuentro profundo para poder dar respuesta a la pregunta de quién es realmente Jesús para ti. Un día, sin previo aviso, en una convivencia con el grupo de jóvenes de mi parroquia (como tantas otras habíamos hecho) el Señor me hizo escuchar su voz de una manera especial: “Eres la luz del mundo y la sal de la tierra”. Con esas palabras descubrí que podía hacer mucho bien en el mundo y que el Señor contaba conmigo para ello. Creo que ahí empezó la llamada que, años después, se concretaría en una consagración como Misionera Eucarística de Nazaret.
Después de un tiempo, mi vida aparentemente era perfecta. Ya había conseguido todo lo que me había propuesto años atrás: trabajaba en lo que siempre había soñado (como maestra de educación infantil), estaba saliendo con un buen chico, tenía independencia económica y me había comprado mi primer coche, tenía mi grupo de amigos de toda la vida y mi grupo de jóvenes en la parroquia con quienes compartía mi fe. Tenía todo lo que cualquier joven de esa edad pudiera desear. Pero en mi interior seguía teniendo la sensación de que me faltaba algo; había un “hueco” que no se acababa de llenar.
Fue entonces cuando conocí a las Hermanas Nazarenas (casi por casualidad, porque fui a la librería que tienen en Málaga, acompañando a un amigo con el que daba un paseo), y me invitaron a participar en un grupo de jóvenes. Lo que más me llamó la atención de ellas fue su inmensa alegría; eran mujeres felices, enamoradas de alguien real, con quien vivían. Me sorprendió mucho la manera con la que se relacionaban con Jesús Eucaristía: realmente lo consideraban uno más de la casa.
El descubrir la presencia viva y real de Jesús en el sagrario creo que ha sido la mejor noticia que me han podido dar nunca. Descubrir que ese Jesús con el que cada vez me encontraba más a gusto, no era alguien lejano que desde el cielo me cuidaba y con el que me relacionaba a través del Evangelio, sino que estaba allí, de forma real, convertido en un trozo de pan, tan accesible a todos y que, además, se había quedado allí por mí, de forma personal, porque quería estar conmigo; eso fue algo que me cambió la vida. Yo también quería relacionarme con el Señor como lo hacían las Nazarenas. Ellas no solo hacían cosas puntuales con el Señor (como yo con mis apostolados), sino que vivían con Él todo el día; esa era su vida; eran del Señor. Y sentí que, en el fondo de mi corazón, yo también quería vivir así.
Desde aquel momento, me planteé ser Misionera Eucarística de Nazaret, dedicar toda mi vida a estar con Él y ayudar a otras personas a descubrir a ese Jesús real que vive con nosotros en el Sagrario. Me apasiona la idea de ayudar a Jesús a extender por todo el mundo la reparación que ha llevado a cabo con su muerte y resurrección; poner en contacto a Dios y al hombre, dando a conocer su presencia Eucarística, sobre todo en aquellos lugares donde está más abandonado y es menos conocido».