Era un 3 de diciembre, de hace tan sólo dos años, cuando de la mano de san Francisco Javier, patrono de las misiones, la comunidad de Misioneras Eucarísticas de Nazaret llegaba al nuevo Nazaret «María, Madre de la Iglesia, y San José», en Vía Bistagno 100, al barrio romano de Montespaccato.
Ha sido el año 2018 el tiempo elegido por el Señor para el cambio de casa, y no es casual, es un año que habla mucho de Providencia. Un extracto del acta de conclusión de la visita canónica de nuestra Madre Ma. de la Concepción González, segunda Superiora general, a la comunidad de Roma, con fecha 3 de mayo de 1968, expresa un deseo: «…ha considerado nuevamente la Rvda. Madre, la necesidad cada vez más apremiante de conseguir un “villino”, lo cual quedó en la anterior visita pendiente, según parecía, de pronta solución, pero que aún no ha podido llevarse a cabo…». Un asunto que había quedado pendiente lo vemos realizarse exactamente 50 años después, y lo que nuestra Madre consideraba una necesidad apremiante, lo hemos visto hacerse realidad en nuestros días. Ha sido una gracia muy grande sentirnos parte de un sueño que se concretiza, un sueño que no es nuestro, sino que son otros quienes soñaron, y que es el Señor, quien todo lo conduce, el que lo hizo posible.
Hemos vivido un cambio grande, de una iglesia-rectoría del centro de Roma, que había sido confiada a las Hermanas a inicios de 1970, a una casa propia en un barrio de las periferias romanas, rodeadas de un mundo multicultural y multirreligioso.
Los meses de transición han sido intensos, entre el trabajo para preparar la mudanza y dejar todo listo para la futura comunidad que se haría cargo de la rectoría, además de los trámites y obras que se tenían que realizar en nuestra casa nueva.
Entre cajas, limpieza y equipajes recibimos, el 24 de noviembre, a la nueva comunidad que ahora vive en la casa de vía Zucchelli. La sorpresa fue que ellas eran 12, así que, de repente, éramos 17 en la casa, más el rector. Compartimos una semana muy intensa de aprendizaje, adaptación y preparativos, ellas para quedarse, nosotras para partir. Cuando llegaron, nosotras las invitamos a cenar con unas ricas pizzas y helados, y el último día que nosotras estuvimos allí, fueron ellas quienes nos invitaron a una oración compartida de despedida y una cena con platos típicos brasileños, música y alegría. También otras personas se acercaron para despedirse y agradecer nuestra presencia en el barrio durante estos años, y no faltó oportunidad de intercambiar direcciones para visitar nuestra casa y seguir en contacto.
Cuando llegó la hora de la gran aventura de emprender el viaje con las cosas de la casa, partimos rumbo a nuestro nuevo Nazaret, con mucho entusiasmo e ilusión. También con un poquito de miedos y nerviosismo, hay que reconocerlo. Al inicio de curso ya habíamos tenido contacto con nuestra futura parroquia, Santa María Janua Coeli, y nos ofrecieron colaborar en tres grupos de catequesis de niños y adolescentes y acompañar en el catecumenado de adultos. Es así como, poco a poco, hemos ido conociendo a la gente del nuevo barrio y de la parroquia: sacerdotes, catequistas, vecinos, niños y familias de catequesis. Además, continuamos con los apostolados que teníamos anteriormente. En medio de todo constatamos, con gran alegría y esperanza, que se abren nuevos horizontes de apostolado, y que hay mucho campo para seguir realizando la siembra eucarística.
Seguíamos transitando el mes de diciembre, y las súplicas propias del tiempo de Adviento resonaban con fuerza en los momentos de oración en la nueva casa, ya que sentíamos el anhelo de tener pronto con nosotras a Jesús Eucaristía. La capilla estaba lista, pero faltaban algunos permisos en el Vicariato, y no se hicieron esperar. Finalmente, el gran día en que celebramos la primera Misa y el Santísimo quedó reservado en nuestro Sagrario, fue el domingo 23 de diciembre. Presidió la Eucaristía Mons. Natale Loda, nuestro anterior rector, y concelebraron varios sacerdotes: el párroco y vice-párroco, don Argimiro (operario diocesano) y el P. Javier (postulador). También nos acompañaron algunas personas del barrio (un diácono permanente, catequistas y vecinas). Fue una celebración preciosa, sencilla y muy nazarena, a la que siguió un compartir entre todos los presentes.
Mirando hacia atrás, tras dos años de caminar en esta nueva realidad, damos gracias al Señor por este nuevo envío misionero, eucarístico y nazareno.